Finca de Zuraquín |
Seguramente, como especie, la humana, hemos progresado mucho y evolucionado muy poco. Hemos desarrollado habilidades y construido herramientas que nos hacen la vida, supuestamente, más cómoda, pero no más lenta, no más tranquila, no más confiable, no más reflexiva, no más "disfrutable", no más "vivible", no más ligada a la esencia consustancial y a las raíces a las que nos debemos; de ellas nos hemos despegado insolentemente. El progreso adquirido no lo es a beneficio de la especie sino que lo hemos convertido en una herramienta de la tiranía del dinero y del mercantilismo creado, seguramente como consecuencia del sentido -yo diría sentimiento- de propiedad (seguramente ligado a la ancestral defensa del territorio) que, desde el punto de vista de lo privado, hemos intensificado y que, desde el punto de vista de lo común, hemos denostado a lo largo de nuestra evolución. El resto de sentidos (o sentimientos) primarios ligados al instinto de supervivencia afloran tiranizando a la lógica de la razón por la que supuestamente nos hemos erigido en especie superior y, como consecuencia de la aceptación de esa tiranía, acabamos por reconocernos, orgullosa y erróneamente, como la especie dominante.
La consecuencia inmediata de llegar a este grado de soberbia es la simplificación que hacemos de cualquier asunto y la justificación demagógica con la que pretendemos hacer pasar por soluciones inmediatas a problemas que no son puntuales sino sistémicos y estructurales, lo que en realidad son nuevos problemas que se trasladan a generaciones posteriores.
Hemos acabado trazando una senda de ida y vuelta a ninguna parte, un círculo vicioso en el que deambulamos sin querer reconocer que hemos elegido nuestra andadura sobre un terreno que a su vez se desliza como una placa de hielo en dirección a un abismo de consecuencias bastante predecibles y poco inciertas. Para colmo, ese camino que continuamente recorremos lo vamos llenando de cagadas -una de ellas y entre otras muchísimas el Puy du Fou- que, en lugar de reconocerlas como tales y limpiarlas, ahí se van quedando y, en nuestro deambular, bastante tenemos con ir esquivándolas al tiempo que vamos soltando otras. Cuando había pocas y no se tomaban medidas para su limpieza no había mucho problema porque quedaba mucho sitio donde poner el pie y puede que pasado el tiempo algunas estuvieran ya tan sólidas que se podían pisar sin problema. Pero, con tanto empeñarnos en recorrer siempre el mismo camino, ahora tan difícil es sortearlas como pisar alguna seca.
Puede que no tengamos de momento otro camino que recorrer pero, entretanto, podemos andar más despacio, disfrutar de la contemplación de la luna, observar dónde caen las cagadas nuevas y desbrozar a un lado y otro del camino. Es nos dará tiempo para reconocer cuales están secas y ensanchar lo suficiente la senda como para saltar a otra que pudiera deslizarse cerca de la nuestra.
Puede, por tanto, que no dé lo mismo presentar alegaciones que no hacerlo. Es más, si no fuera por las primeras alegaciones presentadas hace unos meses hoy estaría la aberración bastante más consumada. Además, las alegaciones presentadas pueden suponer una importante ayuda a la hora de tramitar hipotéticamente una petición de amparo ante la Justicia o de apelación al principio de no regresión ambiental.
Mientras tanto, seguiremos sin merecer el respeto que no damos al medio que, de momento, nos cobija.
Alejandro Cano
Nuestros ríos son fuente de vida. Defiéndelos.
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