La negación es la clave del deseo. Si el ser humano tiene una debilidad esa es, sin duda, la negación. Basta que nos nieguen alguna cosa como para desearla con mucho más ímpetu y fuerza. Y basta que nos digan que no, como para que nosotros, los cabezones del mundo, nos tiremos a la piscina. La negación mueve las mas altas montañas y como aficionados al atletismo nos identificamos con quien injustamente la sufre, más en un deporte con superávit de pasión y escasez de recursos.
Esa idea de la negación, precisamente, es la que mueve los cimientos de este ya conocido como ‘virus de la excelencia’ aplicado por la Real Federación Española de Atletismo (RFEA) que cuando se acercan los grandes campeonatos causa furor y resulta singular por varios motivos.
Uno, porque añade requisitos adicionales a nuestros atletas a los ya de por si ‘inalcanzables’ criterios de selección para asistir a Juegos Olímpicos, Campeonatos Mundiales o Europeos. Dos, arbitrariamente les impide competir en eventos internacionales cuando se lo han ganado antes en la pista, generando un perjuicio económico y personal incalculable. Tres, confiere una ventaja incomprensible al resto de competidores, con peores marcas, en la lucha por el ranking de puntos que es lo que da acceso a los campeonatos y competiciones de postín.
Pero a ojos de la RFEA vendría a ser como el collar del perro, sin él, parece que tienen menos pedigrí y que es solo un chucho con el pelaje deslucido.
Y es que lo que estamos viendo estos últimos días en las lágrimas de Águeda Marqués, la lucha incansable por la ‘excelencia’ de Pol Retamal, de Irene Sánchez Escribano, Jaël Bestué, Mariano García, por citar algunos ejemplos, aporta un punto de vista muy interesante y preocupante, para informar de una dura realidad de un atletismo incapaz de llegar a un acuerdo ni para ir a mear por turnos. Porque las ayudas al rendimiento y la preparación, así como la identificación y retención del talento es una cosa que suele quedar bien como lema en este país, pero una vez llega a la oficina acostumbra a quedarse traspapelado bajo una montaña de papeles.
Lo cierto es que la RFEA con Raúl Chapado a la cabeza parece temer más a las críticas que puedan surgir si los atletas son eliminados en las primeras rondas que en dar cumplimiento a sus objetivos: ayudar a los que sudan la camiseta, que sí pueden favorecer (¡y mucho!), a los que calientan la silla en los despachos. Pero no nos olvidemos que los éxitos y las medallas son muy laxas para el pillaje. Y en el oficio federativo a esto se le denomina sutilmente excelencia.
Y parte del ecosistema de federaciones, clubes, entrenadores y atletas, se desentienden por completo del tema, ocultándolo o escondiéndose en terceros, igual que sucedía en España con el cine porno en los años 60. Lo más esperanzador de todo esto son las iniciativas personales de algunos atletas para que este virus salga del armario, al fin.
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