He viajado hace poco a Murcia, la rica región que se
desarrolla con los recursos naturales que a nosotros se nos expolian y, además
de la indignación natural que te subleva cuando ves que quien dice no tener
agua cuenta con decenas de campos de golf y continuos aterrazamientos para
nuevos regadíos con un agua que no tienen, he experimentado visitando estas
tierras cierta sensación de que se está produciendo una especie de justicia
natural que vengará los abusos que está produciendo una escala social de valores
que tiene únicamente como regla de oro la codicia.
Cuando llegaba al cabo de Palos contemplé el primer horror,
lo que debería ser un paraíso, era solamente una sucesión de horribles
mamotretos que cercan el Mar Menor en la pequeña franja de tierra que era un
cordón de dunas a lo largo de casi treinta kilómetros. Salvo Benidorm no he
visto un atentado mayor urbanístico en la ya de por sí destrozada costa
mediterránea.
Y ese que hubiera sido un hermoso lago marino lleno de vida
además se está pudriendo con sus aguas pestilentes debido precisamente a los
abonos y pesticidas de la agricultura intensiva que se hace con el agua del
trasvase Tajo-Segura en el campo de Cartagena, y que va a parar finalmente al
Mar Menor. La gente que habita esos altos y espeluznantes edificios tiene ya
que ir a bañarse a otros lugares porque su agua va dando un poco de asquito.
Foto de Javier Arcenillas del Mar Menor en El Mundo |
Pocos territorios naturales protegidos había en Murcia, pero
la depredación no tiene límites y lugares maravillosos como Cabo Cope se
desprotegieron. La mayoría de su extensión se llenó de cultivos y sus plásticos
rompen sus ecosistemas y contaminan las que deberían ser playas paradisíacas.
Incluso, para comunicar hipotéticas urbanizaciones que iban a alzarse allí pero
que la crisis frenó, se hizo una autopista por la que no pasa nadie pero que
todos pagaremos.
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