Lo primero debería ser cuidar de lo que
nos cuida: es decir, cuidar del medio ambiente, por lo que antes que nada
debería preocuparnos que nos estamos quedando sin agua, pero no es así.
Tenemos nuestros embalses al 39% de su
capacidad. Todos: esa es la media de los más de 350 que tenemos repartidos por
nuestra geografía. Eso significa que están en su conjunto más de diez puntos
por debajo de cómo estaban el año pasado.
A
menudo en las tertulias con el público me preguntan por qué todo lo que les he
expuesto, resultando tan significativo, tan irrebatible y tan inquietante,
tiene tan poca transcendencia mediática.
Y lo que les expongo es cómo
tenemos la calidad del aire que respiramos y qué podemos hacer para mejorarlas,
la gravedad de la contaminación por plástico que nos inunda y qué podemos para
reducir su uso y actuar de manera responsable para que deje de estrangularnos.
De
la oportunidad de enchufarnos al sol y abastecernos nosotros mismos de una
energía limpia que nos regala el planeta de forma ilimitada. De nuestro
compromiso con la conservación de la naturaleza: de lo feliz que he sido
disfrutando en ella, respetándola, cuidándola y amándola.
De cómo el ruido nos está
ensordeciendo en todos los sentidos, mucho más allá del oído. De cómo la
contaminación lumínica nos roba el cielo y el cambio climático las primaveras.
De por qué comprar es votar. Y del agua: de la transcendencia del agua.
Si me dedico a compartir todo
eso con la gente es porque, como decía mi madre –una humilde filosofa rural de
Cuenca- "lo primero es antes". Y lo primero debería ser cuidar de lo
que nos cuida: es decir, cuidar del medio ambiente, por lo que antes que nada
debería preocuparnos que nos estamos quedando sin agua. Pero no es así.
Tenemos nuestros embalses al
39% de su capacidad. Todos: esa es la media de los más de 350 que tenemos
repartidos por nuestra geografía. Eso significa que están en su conjunto más de
diez puntos porcentuales por debajo de cómo estaban el año pasado, que fue un
año seco, y casi quince puntos por debajo de la media de la última década: que
es la década de la sequía. Porque en España llevamos mucho tiempo secando sobre
secado.
La cuenca del Segura (uf!
-pensarán muchos- seguro que con lo que les llovió hace un par se semanas
tendrán los pantanos llenos) está al 27%: es decir, a casi una cuarta parte de
su capacidad. Porque una cosa es el tiempo y otra el clima; una cosa es que se
pasará dos días jarreando y otra que llevara dos años sin apenas llover.
La cuenca del Tajo esta al
34%, como la del Guadalquivir, que ha bajado estrepitosamente hasta casi a la
mitad de su media. La del Guadiana al 38%, más de veinte puntos por debajo de
lo que debería llevar. Y la de su majestad el Ebro, nuestra arteria aorta, está
al 43% mientras el año pasado por estas fechas estaba al 63%.
Así estamos con el agua en
nuestro país, a eso nos enfrentamos, y las previsiones de la Agencia Estatal de
Meteorología (AEMET) no invitan al optimismo sino más bien a todo lo contrario.
Cuando dejemos de centrar
toda la atención en lo contingente, cuando en este país recobren unos y otros
la cordura y echen una mirada ahí fuera, (fuera de sus intereses propios me
refiero) tal vez caigan en la cuenta de que lo importante, es decir lo primero,
se nos está echando encima sin posibilidad de escapatoria.
Porque si nuestros embalses
en su conjunto se sitúan por debajo del 30% de su capacidad, hipótesis que no
deberíamos descartar, no tendremos tiempo de reaccionar y nos daremos de bruces
con una realidad que conocíamos antes, que podríamos haber evitado si hoy le
estuviéramos dedicando la atención que exige.
Pero perdonen que les haya
robado tiempo, sigan a lo suyo, sigamos con la matraca y ya si eso nos
ducharemos con limonada y regaremos con horchata.
- FUENTE
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