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Pedro Jordano [Imagen tomada de El Cultural] |
El ecólogo e investigador del CSIC vive la pandemia del SARS-CoV-2 perplejo por el alcance que está teniendo y reclama un catálogo urgente de virus peligrosos y una nueva relación del hombre con su entorno
«Las enfermedades emergentes en los últimos 30-40 años han estado ligadas a alteraciones de hábitats naturales, suburbanización, sobrepoblación en áreas silvestres y avance de áreas urbanas en zonas salvajes»
Pedro Jordano (Córdoba, 1957) vive la pandemia del SARS-CoV-2
perplejo por el alcance que está teniendo. Como biólogo, constata lo desarmados
que nos encontramos ante lo desconocido. La biodiversidad de los coronavirus es
enorme y éste (que genera la enfermedad COVID-19) es nuevo para nosotros, del
mismo modo que son nuevas las 18.000 especies de organismos superiores
(plantas, animales…) a las que damos nombre cada año en el planeta. “Ignoramos
aún mucho de la biodiversidad de la Tierra. Los microorganismos y virus están
en la frontera de lo desconocido”, señala el investigador del CSIC a El
Cultural. En ecología trabaja con modelos de propagación y dispersión que son
la base de la dinámica de infección y contagio que estamos viviendo. “Lo que
nos enseñan los modelos de redes complejas es que la limitación de contactos y
movilidad es clave para mantener el contagio dentro de los límites
controlables. La pandemia es imparable por encima de un
umbral mínimo de lo que técnicamente se conoce como percolación. Por eso es tan
importante insistir en que nos quedemos en casa”, advierte el
también profesor de la Universidad de Sevilla.
Pregunta. ¿Qué le ha
llamado más la atención del comportamiento de este coronavirus?
Respuesta. La
infección ha sido muy rápida, probablemente porque hemos valorado mal la
proporción real de portadores (la prevalencia del virus) y porque hemos tardado
en reaccionar estableciendo las limitaciones de movilidad. La esencia de un
organismo como el SARS-CoV-2 es el crecimiento exponencial. La
mejor forma de atajar un crecimiento exponencial es comenzar muy pronto. Sólo
un día de adelanto en la acción de contención puede representar un 40 % de
reducción. Es la magia de las dinámicas, que obedecen a leyes matemáticas bien
establecidas. Ignorarlas es de insensatos o de personas muy, pero que muy mal
informadas. El comportamiento del coronavirus ha sido y es una lección del
potencial de dispersión en un mundo.
P. ¿Qué es lo que ha fallado en su opinión?
R. Lo que
ha pasado -y sigue pasando, por ejemplo, en Brasil, México, Reino Unido, y
hasta hace un par de días en EEUU, pero antes en España, Italia y en gran parte
de la UE- es que nos hemos quedado tranquilos anclados en la fase inicial del
crecimiento exponencial, donde el número de casos parecía progresar lentamente.
Pero la dinámica exponencial es perversa: si comienzas con dos conejos y su
número dobla cada semana, tienes unos 1.000 al cabo de diez semanas; pero al
cabo de otras diez semanas ya tendrás un millón de conejos. Intuitivamente nos
cuesta mucho apreciar estos detalles y no somos conscientes de lo que llevan
consigo en términos de expansión de una enfermedad. Si cada
uno de nosotros reduce su R0 (tasa de contagio potencial) a menos de 1, o
sea, el número de personas que cada uno de nosotros podría
infectar si desarrollásemos el COVID-19, conseguiríamos aplanar la curva de
infectividad. Eso ha ocurrido en Hong Kong, por ejemplo,
donde nos han demostrado muy claramente que una dinámica exponencial se puede
frenar.