Hoy, 19 de junio, se
cumplen 45 años que se prohibió el baño
en el río Tajo, algo a lo que la mayoría de toledanos hacíamos casi a diario en
verano, sobre todo, los que vivíamos más cerca de él. El gobernador civil de
entonces, Jaime de Foxá, fue quien firmó la prohibición basándose en los
estudios y análisis de las aguas, pues se consideraban no aptas para el baño.
Desde entonces las aguas comenzaron a discurrir sucias, malolientes, en menor
caudal, con espumas y porquerías por doquier y el bando de la prohibición se
hacía innecesario, pues veíamos el empeoramiento a primera vista.
Servidor
nació en las Covachuelas y como sexagenario no olvido los numerosos baños que
me di en mi época de adolescente y juvenil. Todos los chavales de entonces
aprendimos a nadar en el río; no existían las piscinas públicas y cada cual nos
buscábamos las habichuelas para bañarnos cómo podíamos: lagunas de Villafranca
de los Caballeros, Ruidera, Alberche, Guadarrama, pilones de las huertas, etc.
Tampoco íbamos la mayoría a la playa; aún no se estilaba y la economía no
permitía esas alegrías a las familias. No existían los cursos de natación y el
estilo croll se practicaba girando la cabeza a ambos lados, cogiendo casi
tortícolis al nadar. Los de mi barrio, así como los del barco Pasaje y otras
zonas de baño de la ciudad veíamos con inusitada expectación las crecidas del
Tajo, las señales que dejaba el río y especulábamos cuál había sido más grande
por las huellas y porquería que dejaban. En verano nos tirábamos todo el día en
el río y era rara la temporada en la que no se ahogaban dos, tres o cuatro
personas víctimas de los remolinos traicioneros que se formaban. Por la Virgen
del Carmen era frecuente que ya se hubiera ahogado el primero de la temporada.
Como vestuarios para cambiarnos el bañador se utilizaba el frondoso taray
existente y en cada lado del río- hablo solo de Safont, lo que más conocí-
había dos o tres “gangos”, lo que ahora llamamos chiringuitos y familias
enteras se iban a merendar o cenar, pues realmente se estaba agradable y
resultaba barato. Era el veraneo de muchas familias. Además, había barcas de
remos y alguna piragua para alquilar y resultaba aún más atractivo.
Los chavales
había un momento en que teníamos que superar la reválida. Ésta no era sino
cruzarse el río solo. La primera vez lo hacíamos como si llevásemos una
autoescuela: varios amigos o familiares al lado para que no hubiera problemas.
Yo crucé el río en mi bautismo desde el “chinarral” de Safont hasta el
“arenal”, esa playita natural que había en el lado de la estación que aparece
en las postales. Era avanzar unos metros, llegar al centro y dejarse arrastrar
por la corriente hasta alcanzar la otra orilla. Constituía una ceremonia íntima,
pero para el que lo superaba era un mundo. En los últimos años antes de la
prohibición el río llevaba poca agua, ya había pantanos en el curso del Tajo y
por varias zonas de la actual senda ecológica te podías cruzar el río andando.
Juzgue usted
lector, si se puede realizar algo ahora de lo que he descrito. Hoy 19 de junio,
VXL años después de la publicación de aquel bando, el río ha dejado de ser un
referente agradable y normal de la vida de los toledanos. Con el trasvase y la
modernidad estamos sin agua, sin baño, casi sin dignidad y formando una
Plataforma de Defensa para que no nos esquilmen más a nuestro Tagus. Si no hay
unión y acción conjunta entre los políticos y los ciudadanos, estamos perdiendo
el tiempo y asistiremos oficialmente pronto al entierro del río. Para bastantes
cosas ya está muerto. Ahora me toca ir a bañarme en el Tajo hasta Peralejo de
las Truchas, cerca de su nacimiento, con aguas limpísimas, frías y cristalinas,
cuando aún no alcanza ni seis u ocho metros de ancho. Y me dejaba lo peces,
barbos y carpas que se capturaban en el río. Mi madre las hacía para casa y la
taberna fritos y escabechados. ¡Como ahora!
Digo yo que
algo se podrá hacer aún, ¿no? O nos vamos a quedar como ahora con los brazos
cruzados lamentándonos. Espero que la Plataforma de Toledo no tenga que hacer
como la del Alto Tajo después de tres años, echar el cierre. Sería peor
todavía, delataría que nos ha faltado dignidad y coraje.
Carlos Martín-Fuertes
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