En Toledo, en la ciudad de las tres culturas, donde convive el legado de judíos, cristianos y musulmanes, donde El Greco dejó impresa su mirada lánguida nació, dos días después de la Festividad de Reyes, Juan López, siendo el distrito de Santa Bárbara el que le vio dar sus primeros pasos. Y en Toledo, la villa del vidrio y la cerámica sigue, 8 décadas más tarde, quemando zapatillas en sus caminos, en su pista de atletismo y en el asfalto toledano, en las carreteras que circundan la ciudad, donde antes quemó las ruedas de su Seat 600 “preparado” por él mismo para correr sumergido en su pequeño habitáculo.
Aunque la vida no se lo ha puesto fácil desde pequeño y aún con todos los problemas, no pierde la perspectiva del relato de su vida. Desde el Mirador de la Virgen del Valle, donde se divisa toda la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y adonde la vista abarca todo el conjunto arquitectónico toledano Juan evoca sus recuerdos, su temprana orfandad, el acompañamiento y apoyo de su familia en su nueva aventura, su mujer, sus cuatro hijas, sus 5 nietos. Se afana en no borrar el horizonte, que se muestra infinito sobre el paisaje que se configura sobre el Tajo, el Alcázar y la Catedral, y ve en el presente lo que ha logrado estos años de corredor no siendo del todo consciente, sino más bien incrédulo, pero feliz esas tardes que corre por la pista, por la tierra, por las lindes de la ciudad y se evade, porque correr no es andar, corriendo no se enmaraña la mente en repetitivos pensamientos, corriendo va más allá, y los pensamientos devienen más amables y él se siente más libre.
Desencantado con el fútbol de su niñez, y con
el automovilismo posterior, encontró en el atletismo, en la carrera a pie su
mayor afición, su evasión, su nueva razón de ser, de disfrutar y de vivir.
Por eso la ciudad amurallada,
la capital de Castilla La Mancha ve, desde hace 15 años, correr entre sus
tierras a un ágil atleta que peina canas y cuyos pies han traspasado su muralla
llevando el nombre de su ciudad a otros países y volviendo a sus calles de
nuevo con su maleta más cargada por el peso de las medallas.
Tiene la sencillez de la gente llana y noble, gente sin
estudios, pero con sabiduría. Escuela de vida lo llaman. Presume de sus logros,
pero sin alharacas, convencido de que son fruto del esfuerzo, del que le marcó
cuando tuvo que ponerse a trabajar a los 11 años de aprendiz en un taller de
coches (limpiando, barriendo, observando… aprendiz de todo), de su paso a otro
taller más grande de su tío, con 14 años, mientras estudiaba el bachiller por
las noches, estudios que no le gustaban, porque le gustaban los coches, los
motores, escuchar su sonido y mimarlos. Tras la mili y el ascenso a encargado
en el taller, con unos conocimientos del oficio cada vez más amplios, se hace
autónomo con su hermano convirtiéndose en artesano, montador de piezas de
automóvil: “he
sido mejor mecánico que atleta” confiesa orgulloso de su profesión.
Traspasado el taller, llega la jubilación, porque con 63 años percibe que la
tecnología mató la motivación del artesano que él era.
Dejó de jugar al fútbol de pequeño, porque debía trabajar y
ahora en la distancia ve que no le gusta el entorno de ese deporte, al que él
jugaba entre las piedras. Y llegó el automovilismo, las competiciones de
montaña de asfalto en subidas y en circuitos de exhibición…. Y lo mismo, se
volvió a truncar su ilusión. Él, que tuneaba el “600” que le regalaron yendo a
los desguaces, vaciándolo, anulando los asientos traseros para que cupiera un
motor V6 con 200 caballos y 2750 cc… “hecho a mi medida, es una maravilla”
…, vio que cuanto más dinero tienes más vale tu coche, tanto tienes, tanto
vales; se acaba el pasar años arreglando su pequeña joya, adiós al conocimiento
y al trabajo artesano. Y con 65 años dejó de correr por las carreteras y de
competir, por las exigencias que empezaba a suponerle continuar con ese
deporte.
Y se puso a andar, a recuperar ese tiempo que le robó la niñez y
la juventud, y que ahora le recompensa resucitando un cuerpo joven, a poder por
fin cumplir los retos postergados, los 800 km del camino de Santiago desde
Francia con 40 km diarios a lo largo de 20 días, con su primo al que dejó
atrás, a las largas caminatas, la Madrid-Segovia que hizo andando en 18 horas,
etc. Esas marchas le incitaron a probar otros retos, a tratar de correr esos
primeros minutos cuando su hija Eva, Doctora en Rendimiento Deportivo y afamada
escaladora y entrenadora, le hizo ver que, si andando estaba cuatro horas,
corriendo cubriría mayor distancia y en ese empeño siguió cada vez más tiempo,
cada vez más rápido, adaptando su cuerpo al nuevo esfuerzo, como diría el gran
Emil Zátopek: “…ya sé correr a ritmo lento, debo aprender a correr a
ritmo rápido”. Posteriormente, cuando empieza a entrenar con su
médico de toda la vida, toledano también e ilustre recordista nacional de
maratón, Ricardo Ortega, Juan sigue emulando las palabras del corredor checo: “si
quieres correr, corre una milla, si quieres experimentar una vida diferente,
corre un maratón” y con 70 años corre una milla y a fin de
experimentar una vida diferente dos años después corre su primer maratón en
3:25:48 (Sevilla-2016). Empieza a fraguarse el corredor de fondo que es y
empezamos a descubrir al atleta que se presiente, el de las ocho medallas
internacionales, los siete récords de España, un historial que va creciendo
kilómetro a kilómetro.
Federado con el C.A. Toledo
desde siempre, va manifestándose su polivalencia en múltiples distancias y,
desde los 75 años, empieza a figurar en las listas de récords nacionales master
de fondo en ruta de su categoría, 10 km, 50 km y 100 km, al tiempo que en su
cuaderno de entrenamiento se plasma la preparación, los 200 km semanales (46 km
en la tirada más larga), que llegó a hacer para la preparación de los 100 km,
distancia que cubrió en 13 horas, 16 minutos y 48 segundos. Y recién inaugurada
la categoría M80 se anima a borrar las antiguas mejores marcas de los 5 km, el
medio maratón y el maratón último en Bucarest, donde la extraordinaria marca
nos ha dejado sin palabras. 3:39:10 (campeón del mundo, récord del campeonato y
récord de Europa) es un registro fruto de una preparación rigurosa en busca del
desafío que tenía en mente: seis días a la semana, llegando a los 120 km
semanales, con tres días de series (un día rápidas de 500/1000 m y dos días de
series largas de 4000/6000/8000 metros) durante siete semanas, y por todo
gimnasio unos abdominales en casa. Plantea la carrera rítmica, para récord,
tratando de no superar los 5:15 por kilómetro, ni bajar de los 5 minutos,
resultado: 5:11.65 cada kilómetro de la exigente carrera de maratón. No se
olvida de Fondistas Toledanos, de la compañía de los amigos que le ayudaron a
cumplir el objetivo, Miguelito, Marina y Armando, para las tiradas largas de un
máximo de 32 km y la ausencia final por lesión de su compañero Ojeda que tenía
previsto acompañarle en la capital rumana. Durante la charla surgen más nombres
propios, recuerdos de antiguos atletas de Toledo, cuna de excelentes fondistas,
Gaytán, González, Ortega, Romera y tantos otros, como sus referentes master
españoles, Cuerva, Alonso y el gran Rosales.
Y seguimos conversando. Desde el Mirador del Hospital de la
Virgen del Valle nos habla de sus rutinas diarias; las mañanas ocupadas en las
labores de la casa y en el cuidado de su mujer y las tardes dedicadas a sus
entrenamientos en la pista que lejos de cansarle renuevan la energía de un
atleta de 80 años que se mueve como un joven de 80 años, porque la vejez no
existe, es un número y es, sobre todo, una actitud. “Cuando me levanto no dejo entrar al
viejo” dice Clint Eastwood. Nos cuenta las pruebas que le hacen dos
veces al año en la Universidad de Castilla La Mancha (en la que está incluido
en un estudio de Envejecimiento Saludable) y de un grupo de médicos italianos
que, en el nuevo Hospital, están haciendo un seguimiento de atletas que hacen
deporte, para medir sus condiciones físicas, insólitas para alguien de su edad.
Nadie adivinaría que esas bajísimas pulsaciones, ese alto consumo de oxígeno
con un aprovechamiento del 200% mayor que alguien sano de su misma edad o esas
jóvenes fibras musculares puedan asociarse a ocho decenas de años; y hablamos
de su privilegiada genética y la ausencia de enfermedades y seguimos charlando
de cifras, de kilómetros devorados, de entrenamientos, de todo aquello que a
los atletas tanto nos apasiona.
Pero hay que despedirse y al volver a casa, al recordar las
palabras, al repasar y escuchar de nuevo lo dicho nos damos cuenta con sorpresa
de la casi trivialidad de los números ya que estos se pueden hallar sin
demasiada dificultad en los glosarios atléticos. Tras el sedimento que deja la
conversación tomamos consciencia de que esto es otra historia alejada de la
numerología, de que hemos tenido la suerte de dialogar con una persona
privilegiada para el deporte y sabia para la vida, una persona tranquila hasta
que el himno en el podio le emociona y que se siente agradecida por lo que está
viviendo ahora con el deporte. Alguien que tras caminar empezó a correr y a
volar, al contrario de lo que diría Martin Luther King: “Si no puedes volar, entonces corre,
si no puedes correr entonces camina…pero nunca te detengas”.
La vida a veces te da la oportunidad de conocer a gente extraordinaria, perdón quise decir a gente normal por lo que dice y lo que hace, pero extraordinaria por cómo lo dice y cómo lo vive. Ahora que se habla tanto de alargar la juventud, de vencer a la vejez, de vivir más años y vivirlos en plenitud, disfrutemos, aprendamos y dejemos que nos inspiren esas personas normales, pero extraordinarias, que la vida nos pone en el camino y de tener el honor y el placer de escuchar y escribir sobre sus logros y sus conquistas, de poder narrar y dar a conocer sus hazañas, pero trasmitamos sobre todo el espíritu que acompaña las gestas, el espíritu que no queda registrado en las frías estadísticas. Ese espíritu querría que permaneciera en las letras, en la memoria del lector, como quedará para siempre en la memoria del escribiente. Un honor y un placer.
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